La obra literaria de Fernando Sánchez Mayáns (1925-2007) se bifurcó hacia la poesía, el ensayo y la dramaturgia. En el panorama de la poesía mexicana se le ubica dentro del grupo Mascarones o de los Cincuenta, al que pertenecieron los poetas Rubén Bonifaz Nuño, Rosario Castellanos y Jaime Sabines; dentro del teatro nacional compartió rumbos escénicos junto a Emilio Carballido, Sergio Magaña, Luisa Josefina Hernández y Héctor Mendoza. Su bibliografía ha sido publicada por diversas editoriales del país: Fondo de Cultura Económica, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Ediciones del Equilibrista, Antea, Plaza y Valdés; su teatro completo salió publicado en 2004, una coedición entre Escenología A.C. y el CONACULTA.
El teatro de Fernando Sánchez Mayáns se ha distinguido por ahondar en diversas realidades políticas y sociales que permiten ubicarlo dentro de una dramaturgia comprometida; en estas preocupaciones encontró las vetas y los cauces de su expresión artística. Tanto en Las alas del pez, como en Laberinto y en La bronca, por citar obras representativas de su quehacer literario, descuellan tematizaciones y preocupaciones que auscultan en sus contextos. Su pensamiento refuerza su quehacer artístico. En una entrevista, el autor campechano meditó sobre la función del teatro político en México:
Toda obra de teatro de alguna manera es política. Porque somos, al fin y al cabo, animales políticos, como dijo el griego. Y tomo el vocablo con todas las aceptaciones que tiene, unívocas y equívocas. Porque pienso que toda acción humana es política enmascarada que pretende un poder. ¿Cuál? Sobre eso, todavía no llegamos a ponernos de acuerdo […] el teatro es tribuna. Y todo lo que se dice en una tribuna, por alquimia, contiene un sentido social. Podríamos agregar que acaso es el poder del Estado el que dota de valor político a ciertas acciones de los ciudadanos.
Para Sánchez Mayáns, el teatro es una reflexión que se lleva al escenario y permite juzgar ciertas situaciones delicadas junto con los espectadores. Es, en el fondo, una toma de conciencia. El dramaturgo agregó que el teatro: “es una tribuna dramática para reflexionar, con el público, sobre nuestros problemas nacionales en los que la sociedad y el Estado tienen responsabilidades inevitablemente compartidas”. Este pensar nos traslada a la propuesta teatral del alemán Bertolt Brech, escritor que llevó ideas políticas al escenario al crear personajes que se interrogan o han interrogado sobre lo que conviene hacer, porque el ser humano es un ser que puede actuar con compromiso sobre las causas de sus desdichas y transformar a la sociedad.
Una de las obras más interesantes de Sánchez Mayáns por su contenido político-social es La violenta visita, pieza documental en dos actos y 17 escenas (1971), representada por vez primera a principios de la década de los setenta en Roma, y cuya temática se puede ubicar en “un lugar apartado y montañoso de algún país de América Latina”, un país que está enfrentando una lucha revolucionaria que pretende derrocar al gobierno. Para tener un cabal entendimiento del contexto histórico de la obra, es necesario recordar los tres ejes que articulan a la Teología de la Liberación; aquella ideología nacida en los años sesenta en el seno de la Iglesia, principalmente promovida por Leonardo Boff y la orden de los jesuitas, que delibera sobre el papel de la Iglesia y sus vínculos con el poder en Latinoamérica 1) Interpretación de la fe cristiana a través del sufrimiento, la lucha y la esperanza de los pobres; 2) Crítica de la sociedad y de las ideologías que la sustentan; 3) Crítica de la actividad de la Iglesia y de los cristianos desde el punto de vista de los pobres. En la Teología de la Liberación germina una confrontación entre la tradición eclesiástica que legitima sus privilegios versus una mirada nueva que se pregunta por su papel hacia los desprotegidos. En la obra, el padre Arturo, en su papel de moderno Inquisidor, se pronuncia despectivamente sobre la nueva ideología y le advierte a Tomás, el cura que investiga: “esa liberación teológica que algunos religiosos ingenuos han comenzado a difundir. No vaya usted a caer en el error”.
La acción de La violenta visita se plantea en una aldea indígena y centro experimental agrícola atendidos por misioneros católicos: el padre Tomás, quien es además ingeniero agrónomo, y dos religiosas, la madre Pascualina y la madre Isabel, de nacionalidad norteamericana. Por los rumores que han llegado a la cúpula eclesiástica, el padre Arturo, prefecto de la orden y “experto en cuestiones disciplinarias”, es comisionado por sus superiores para hacer una visita y corroborar las murmuraciones que han llegado a sus oídos: el centro agrícola es zona de aceptación y campo de acción de los guerrilleros izquierdistas que quieren cambiar por la acción de las armas al gobierno de ese país; además, el padre Tomás y la madre Isabel tienen estrecha relación con los facinerosos, y ambos religiosos son pareja carnal. Todas estas suposiciones se le van confirmando al padre Arturo a través de las propias bocas de los protagonistas, incluido el subcomandante Tulio, jefe de los subversivos y ex seminarista, quienes no niegan sus opiniones.
La violenta visita del Padre Arturo acontece desde su aparición, pues lo hace a bordo de un jeep militar, resaltándose así el estrecho vínculo entre la Iglesia y el gobierno de ese país regido bajo el terror y los métodos intimidatorios y violentos. La visita es oportunista, ya que ocurre en medio de una gran sequía, según las nanas del pueblo a causa del pecado entre la unión del cura y la monja, y en la misma tarde-noche en la que el grupo guerrillero recibirá un cargamento de armas en el centro agrícola. Todo eso ya lo sabe el padre Arturo, por eso acudió para escuchar los testimonios de ellos mismos e intentar “salvar” a los religiosos haciéndoles firmar sus confesiones, pero ante las convicciones, más políticas que piadosas, acaba desprotegiéndolos y los entrega a las fuerzas militares representadas en la obra por el teniente Peroyra, bajo el argumento de que su deber moral es cuidar el buen nombre de la Santa Iglesia: “Yo quiero la salvación de vuestras almas, no su salvación física […] ¿Han arrojado al demonio de vuestro espíritu?”. Por la forma de presentar los diálogos nos encontramos ante un teatro de debate, pues cada uno de los personajes mencionados va exponiendo en sucesivas escenas sus ideas sobre la realidad circundante. El padre Tomás es visto por Tulio como “un hombre que actúa de acuerdo con su conciencia y que cumple con su deber. Un deber honesto como servir a los pobres. ¿No es Cristo un modelo ejemplar?” Ante el padre Arturo se desata la confrontación de ideas políticas: las dogmáticas frente a las progresistas y renovadoras de los anquilosados esquemas.
La posición del padre Tomás es clara, es un adepto a la nueva corriente de pensamiento: “En América la iglesia tiene que tomar partido. Vivir para los pobres. De eso no tengo dudas. O estamos con los pobres o estamos contra Cristo. A eso se reduce el problema de la Iglesia, y esa es la angustia que estoy viviendo”. A este argumento le sucede el del padre Arturo, representante de la visión ortodoxa: “A la Iglesia católica lo que le corresponde es enseñar la luz del evangelio que está en peligro. Y nada más. El materialismo ahoga la conciencia del mundo […] El materialismo y el sexo jamás doblegarán al espíritu eterno de nuestra fuerza. El alma está primero que la carne”. La madre Isabel también posee ideas propias sobre el tema: “Esos seres humildes nos dan mejores lecciones que la Iglesia… [son] guerrilleros que exponen su vida para terminar con la corrupción y la injusticia que doblega al pueblo. Luchan contra todo gobierno que engaña. Hacen lo que Cristo, al desenmascarar a los mercaderes en el templo”. El tercer debate ideológico se entabla entre el padre Arturo y Tulio; dice este último: “Pero recuerdo a un jesuita que dijo: El amor por la violencia y la violencia por el amor serán los únicos caminos para salvar a los miserables. ¿Lo condenaría usted por esa frase que hizo temblar a la Iglesia?”. El padre Arturo le contesta: “Por supuesto. A todo religioso que apruebe asesinatos y muerte”.
Tanto el padre Tomás como la madre Isabel no dudan de su labor pastoral y su misión entre los pobres, “en su amor a los olvidados”. La sotana y el hábito ya no les importan, por eso aceptan cuando el padre Arturo les retira su condición de religiosos y los expulsa, por rebeldes, del seno de la iglesia para entregarlos a los militares como civiles. Isabel considera que tiene que seguir su acción pero ya no como monja sino como mujer que es, cohabitando con Tomás, al considerarlo como su hombre, su pareja, en lucha por lo que creen: “esta ropa es una prisión inmoral. Y algo peor, cruel, porque también castra a las mujeres […] Al tomar los hábitos, pensé en la felicidad de poder servir. No había otro deseo en mí. Pero he vuelto a ser lo que nunca dejé de ser. Una mujer. Simplemente una mujer, a pesar de lo doloroso que resulta”. También Tomás reconoce que ha tomado por mujer a Isabel, pero lejos de arrepentirse lo asume.
Los personajes religiosos de Sánchez Mayáns, como buenos cristianos, son luchadores que defienden sus ideales y se comprometen con la revolución armada para cambiar las injusticias de la realidad en la que están inmersos.
Al final de la obra dos ruidos prevalecen sobre los rezos del padre Arturo, quien todavía duda de haber hecho lo correcto: la lluvia de la tormenta que cae y las ráfagas de metralletas de los guerrilleros y los militares que combaten en los alrededores del centro agrícola.
Dos datos curiosos destacan en la representación: el único personaje indígena que aparece en el drama recibe el nombre de Marco; el guerrillero Tulio tiene el grado de subcomandante. ¿Premoniciones del literato sobre el movimiento zapatista en Chiapas? Tal vez el tema, con los cambios políticos-económicos que se han suscitado durante los últimos tiempos en el escenario mundial, con las caídas de las dictaduras militares en América Latina, con los movimientos de guerrillas “marxistas” degenerados en narcoguerrillas (Colombia), ha perdido algo de su virulencia. Pero los temas candentes dentro de la Iglesia siguen vigentes, ahora con los escándalos de curas corruptores de menores de edad y de feligresas.
En La violenta visita, Fernando Sánchez Mayáns expone, mediante la creación de personajes y parlamentos, una controversia que hizo historia y derramó litros de tinta en las mesas y centros de las discusiones jesuitas, académicas e intelectuales, tanto izquierdistas como conservadoras. Depositaria del sentido trágico heredado de los griegos, la obra recrea artísticamente las sempiternas batallas contra los autoritarismos, actualiza la represión de las esferas del poder sobre los que cuestionan su sistema injusto y clasista y, sin adoptar una posición maniquea, hace pensar a su público, ya lector, ya espectador, sobre el sentido del compromiso del individuo con los otros seres, una de las aristas de la condición humana.
Carlos Vadillo:
Le saludo desde la capital mexicana… Al parecer nos une el gusto por la literatura y el interés por la obra del maestro Fernando Sánchez Mayáns, a quien tuve el alto honor de conocer y disfrutar de su valiosa amistad. Me he tomado el tiempo para leer su artículo y me motiva a escribirle por este medio pidiéndole que cite, como es cabal, cuando en su texto incluya fragmentos de escritos con una autoría distinta a la suya.
Sin más por el momento me despido cordial.
Clara Zamora.
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