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Mariana

por
 Salma Corona

México, DF.
 



Mariana se acercó a su ventana para observar el amanecer. La excitación le impidió conciliar el sueño la noche anterior; sentía las mismas ansias que experimentaba cuando niña en la víspera del Día de Reyes: el nerviosismo de que al despertar y saltar de la cama encontraría el juego de química o el libro con dibujos de mariposas, regalos que anheló durante años y que jamás llegaron.

A lo lejos escuchó perros ladrar con furia y el ruido de una sirena que la sacó de sus pensamientos. Era muy temprano. No se distinguía movimiento en los alrededores, pero aún así tomó el telescopio olvidado por un antiguo amante aficionado a la astronomía, y lo apuntó al edificio que estaba frente al suyo.

La primera vez que lo hizo, fue casi un accidente. Llevaba algunos días deprimida, pues se enteró de que el antiguo amante del telescopio no quería verla más. Una noche, se acercó al aparato que había guardado con devoción, llena de tristeza decidió echarlo a la basura. Cansada, miró a través del visor. Hasta ese momento sólo lo había usado cuando él estaba presente.

Al principio todo era verde, poco a poco la imagen fue adquiriendo forma. Con curiosidad empezó a mover el telescopio: ahora veía una pared, los dibujos en la cortina de una ventana cerrada, la textura del pavimento. Estaba tranquila, la tristeza desapareció por completo. Oculta en la noche se sentía segura.

En uno de los departamentos de enfrente las luces se encendieron provocando que Mariana se alejara bruscamente de la ventana, temió que la hubieran visto. “Pensarán que estoy loca, que soy una pervertida o algo así ―se dijo― seguramente vendrán a reclamarme en cualquier momento, tal vez hasta llamaron una patrulla que viene en camino y… ¡qué vergüenza con los vecinos cuando me lleven a la delegación por fisgona!”

Pegada a la pared, esperó atenta a los ruidos que se escuchaban en la lejanía. Lentamente se acercó a la ventana, la luz aún continuaba encendida. Su corazón latía aceleradamente cuando de nuevo miró. Entonces la vio.

Sentada frente al tocador, cepillaba su cabello largo y oscuro que caía sobre sus hombros; su rostro reflejaba calidez y serenidad. Mariana no podía dejar de contemplar esa imagen y, mientras la otra se quitaba el maquillaje, continuó mirándola. Percibió cierta excitación que nunca antes había sentido y admiró la delicadeza con la que realizaba cada movimiento, hasta que apagó la luz y se metió en la cama. Mariana estaba fascinada. No quiso reflexionar lo que acababa de experimentar, era algo muy especial para someterlo a un análisis de causas y efectos, pero de algo sí estaba segura, tenía que conocerla.

A la mañana siguiente, despertó feliz, esperaba poder verla aunque fuera un momento, pero el departamento estaba vacío. Ese día el trabajo fue un infierno. Sumergida en el libro Diario y el Mayor, anotaba cantidades de las facturas que iban llegando. Lo peor fue cuando el licenciado la eligió para hacer el balance general del bimestre, por ser la única persona con el tiempo disponible. Las horas transcurrieron muy lentamente, y los minutos antes de la salida se le hicieron eternos. Necesitaba llegar a casa.

Comió rápidamente sentada en el piso frente a la ventana; su vista fija en el departamento observado la noche anterior. Ella todavía no llegaba. A través del telescopio pudo apreciar los detalles de la decoración, hasta que quedaron grabados en su memoria. La puerta se abrió. Mariana contuvo el aliento.

Llevaba un vestido negro que se ceñía a su silueta, se dejó caer en uno de los sillones, mientras se quitaba los zapatos. Desde el otro lado de la calle, Mariana la vio exhausta y deseó poder aliviar su cansancio. Tocar esos pequeños pies, sentir su suavidad, acariciarlos…

El resto de la tarde Mariana estuvo pegada al telescopio, no quería perderse ningún detalle de lo que ella hacía. Imaginó cómo sería vivir con ella, compartir el espacio y su soledad, pensó en todo el tiempo que había desperdiciado en relaciones que nunca la dejaron satisfecha. Esa noche descubrió que estaba enamorada… eso era, ¿o no?, ¿de qué otra forma se le podía nombrar a lo que estaba sintiendo? Quería… No, necesitaba estar con ella; sin duda alguna eso era amor.

En los días siguientes, dejó de ir a trabajar y empezó a tomar notas: de 7:30 a 8:30 a.m. Ella se preparaba para el trabajo, después desayunaba, salía a las 9:00 del departamento y a las 9:10 del edificio. A las 18:00 hrs. regresaba a comer, y a prepararse para el día siguiente, excepto los viernes, de cada dos semanas que rentaba una película.

Llamaron a Mariana del trabajo para notificarle que podía pasar a la oficina de personal por sus pertenencias y su liquidación. No lo hizo. Durante el tiempo en el que ella no estaba, Mariana pintó su departamento tal y como el de ella. Buscó adornos que se parecieran a los que ella tenía y a comprar los mismos alimentos que ella. Deseaba hablarle, quería conocer su voz, ansiaba tocar sus manos, necesitaba cuidarla, y lo más importante, estaba segura de que ella sentiría lo mismo si la conociera.

Un día ella no regresó sola. Mariana sintió un gran dolor en su pecho, como si le apretaran el corazón. ¿Cómo había sucedido esto?, se preguntaba, mientras que del otro lado de la ventana ella reía y disfrutaba con él. Mariana quiso morir, cuando vio que él la besaba y en un arranque de furia destruyó todos los objetos que eran como los de ella, que eran de las dos.

¿Cómo pudo permitir que la tocaran? Tenía que hacer algo por ella, tenía que protegerla de ella misma. Tendría que traerla a su departamento, demostrarle que se preocupaba, lo mucho que la amaba y no dejarla nunca. Ella entendería, también la amaría y estarían juntas, siempre.

Esta idea la emocionó tanto que se pasó la mayor parte del día siguiente preparando su llegada. Lo había planeado muy bien: la invitaría a tomar un café en su departamento, después cuando viera todo lo que hizo para demostrarle cuanto la ama, se pondría muy contenta..

Anoche Mariana no pudo dormir. Se acercó a la ventana a mirar el amanecer, sabía que era muy temprano y que nadie estaba despierto. Tomó el telescopio y la vio acostada en su cama. Faltaban unas cuantas horas para que estuvieran juntas. Repasó lentamente el plan; se desayunó y revisó que el departamento estuviera listo. Antes de salir, tomó un frasco con cloroformo y una toalla.