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De por qué volví a escribir

por

Celina López
México, DF.

Al Bonito, si algún día lo lees no lo tomes literal, sino literario
 
La única manera de expirar todas mis culpas era plasmándolas en un papel y luego quemándolas. 

Cierto día me descubrí sin palabras, no fue intempestivamente; en realidad, las palabras sí existían, había un significante para cada significado, pensé en Saussure, él tenía razón. Pero después de pensarlo no pude pronunciar palabras, ¿puede haber comunicación si todo mi mundo interno se derrumba por esta acumulación de tristeza? Sólo un ser humano, el más amado y ahora el más llorado.

Me hablaba e intentaba mirarme a los ojos, pero ellos ya habían desaparecido en un torrente de lágrimas, mi cabeza pensaba en lo mismo –no puedo decir nada, porque si lo digo se hará realidad, mientras sólo lo piense todavía podré elegir– esa sensación era como cuando me lanzaba del jumping. En la plataforma todavía podía regresar o aventarme, pero si me lanzaba sólo había una posiblidad… esperar el final. Por eso no quería hablar, quería poder seguir teniendo dos alternativas. Pero él hablaba y yo lo escuchaba y seguía teniendo las dos opciones.

No sabía más qué hacer, sólo seguía conduciendo cuesta arriba, por la carretera federal, tan angosta, tan llena de curvas y baches, pensé que sin limpiaparabrisas para mis ojos jamás podríamos llegar bien a nuestro destino, debía parar en un lugar seguro. Y él quería ver mis ojos, quería robarme alguna respuesta a sus preguntas. ¿Cómo se supone que debía reaccionar?, tal vez con un poco de naturalidad, no perder la compostura y permitirme una lágrima de cada ojo, pero ya no era yo quien me controlaba, era ese extraño sentimiento de impotencia, quería saber la verdad y por fin él me la decía, y ahora, yo ya no quería recordarla. ¿Habrá pensado Saussure en que este sistema de signos lingüísticos puede destrozar la razón de un ser humano? Y si revolviera significados y significantes al enunciado ‘sí, lo hice y me arrepiento’ provocaría en mi cerebro el mismo reconocimiento y me afectaría, si no fuera por la lengua ¿qué otro medio eficaz habría encontrado el humano para comunicarse? ¿Sería igual de efectivo? ¿Lastimaría igual al enunciatario? Recordé la teoría de la relevancia y si fuera verdad que entre todas las posibles combinaciones de los diversos significados que se les puede dar a una misma frase, el acto de la comunicación resulta ser un verdadero milagro.

Entonces lo que él me dijo no tendría sentido en este mundo, Mi mundo. Y el enunciado ‘sí, lo hice y me arrepiento’ no es lo que yo quise entender, sino toma un significado diferente, entonces, tal vez sí existe una alternativa: no entendí bien. Tan fácil como aplicar las teorías, puedo dejar de llorar.

Yo lo entendí bien, pero parece que alguien en mí no lo hizo porque mis lágrimas seguían saliendo, tan constantes y abundantes como las lluvias de julio. El coche estaba estacionado en el mirador y no dejé de llorar, intentaba calmarme, pero cada vez que quería pronunciar alguna palabra el llanto se apoderaba de mí, quise reprimirlo y lo pude lograr por muy poco tiempo, tal vez no era yo quien controlaba mis emociones.

Su confesión no tenía por qué alterarme de esa manera; sin embargo, ahora sé por qué me ocasionó esa reacción.

Estaba escuchando un episodio de nuestra historia y poco a poco, cuando él abría su corazón, me di cuenta de que yo no era la protagonista de esa historia, ellos eran los protagonistas, y yo ni siquiera figuraba como una antagonista, me convertí en un personaje incidental. ¿Cómo puede explicar esto la teoría literaria? Me parece más lógico ver cómo el protagonista se enfrenta a su creador, ¿pero esto? Si la historia hablaba de nosotros ¿en qué momento se convirtió en Su historia?

Nuevamente volvió el ataque de lágrimas, él siguió hablando y yo sentí humedad, ya no sabía si era mi corazón, porque los sentimientos no se encuentran ubicados en ese órgano palpitante y rodeado de sangre, pero supongo que pensar en el cerebro no resultaría igual de conmovedor, así que me llevé las manos al corazón, aunque en el fondo de mi mente supiera que se encuentran en el hemisferio derecho, del lado de la creatividad y la fantasía.

Creo que lo que más me duele no es lo que él se haya atrevido a hacer, sino la nueva percepción que tengo de mí misma, tan parecida a cuando salí de aquel pueblo, antes aguacatero, ahora narquero. Allá donde la gente se sorprendía si llegaba a la escuela en bicicleta. Cómo lo recuerdo, sus miradas me seguían desde que entraba por el gran portón por donde circulaban los autos más equipados, cuyos aguacadueños cuchicheaban acerca del nuevo atuendo que yo traía, supongo que para el tiempo y el lugar un short roto y manchado con pintura textil y una playera de franela atada a la cintura no estaba a la altura de sus estándares de moda –cinco años atrasados de los de la capital, por cierto, porque cinco años después entenderían la moda grunge, un poco tarde, cuando Kurt Cobain ya hubiese muerto–. O cuando los padres clasemedieros me ponían como ejemplo de responsabilidad y corrección. Lo recuerdo, le decían a sus vastaguillos ‘deberías ser como fulanita, ella estudia, trabaja y siempre está leyendo’, ahora pienso que si hubiesen sabido cuáles eran las lecturas que yo hacía nunca me hubiesen puesto de ejemplo.

Y de repente mi vida en la gran ciudad, donde yo era un grano de arena en… un montón de arena, tan perdible, tan igual, tan gris, tan normal. ¿Y mi personalidad, la imagen que yo creé durante tantos años? Ya no era especial, era una más.

Ahora me siento igual, como una más de la lista ¿en qué número me había dicho que se había quedado? ¿39? ¿43? Ya no era mágica, no era su musa, jamás escribió algo para mí, supongo que no le inspiré demasiado, apenas si soy un hada, ja, ¿un hada? ‘madre’ y hada a la vez ‘madre hada’. No, tal vez una palomilla de San Juan, aquellos bichillos de alas negras que salen el día 21 de junio, nunca entendí cómo es que funciona su cerebro y cómo pueden almacenar la información a sus huevecillos, porque sólo salen un día al año, siempre es el mismo día, salen y pierden sus alas, caen en charcos, son despedazadas por los niños y sólo pocas, las menos afortunadas, las que sobreviven a la masacre del día de San Juan ven un nuevo amanecer, disfrutan por fin la vida y mueren. Y el siguiente año lo mismo.

Así me siento ahora, como una palomilla de San Juan, mis lágrimas no han parado y ahora siento húmeda mi ropa, como si de todo mi cuerpo desprendiera lágrimas. Él no para de hablar, creo que quiere que le responda, pero sus primeras palabras me destrozaron, el haberme rebajado a Siberiana no me permite poner atención a lo que él me dice, creo que grita, no entiendo lo que dice, quizá es porque estoy inmersa en mi propia tristeza, lo que él siente está dejando de importarme. Sólo me concentro en lo mío, vivo mi duelo.

Después de este vacío no estoy dispuesta a soportar que me trate así, quizá todavía tengo la opción de conservar mi dignidad y cuando cuente a alguien este episodio en mi vida loca podré decir con orgullo ‘lo corrí del coche y se quedó varado en el Mirador’.

Él sigue hablando y no entiendo nada de lo que dice, parece asustado y yo quiero seguir llorando, pero ahora sola, para poder gritar hasta que me canse y me quede dormida.

Sin pensarlo, paso encima de él y me estiro un poco para abrir la puerta, él desapareció más rápido de lo que pensé, poco a poco siento cómo me desahogo, en verdad, me desahogo. Había oído la expresión ‘Me tienes hecha un mar de lágrimas’, pero jamás oí ‘un río de lágrimas’ y tiene sentido pues la primera es más hipérbole que la segunda, pero yo sí estaba hecha un río de lágrimas, más bien era una presa de lágrimas que se volvió río cuando abrí la puerta. La salida improvisada provocó que el río creara su cauce, me desahogué, mi río-lágrimas se llevó mi dolor y con él a mi gran amor.