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Perro suburbano

Daniel Mora Teapa, Tabasco

El olor a tierra húmeda golpea incesante
sus fosas nasales, repitiéndose en la
confusión aromática del smog y la estela
de tu perfume, haciéndolo sentir abandonado,
ensimismado en su condición vagabunda,
perramente esteparia.

Las calles encharcadas y profusamente
mezcladas con la noche, reflejan los
destellos de las luces de neón y la luna
nueva. Luna nueva siempre estimulante
e influyente. O mejor, luz de neón siempre
tercamente nocturnal. Mientras los
automóviles avanzan como saetas nocturnas,
partiendo el agua estancada en miles
de gotas, salpicando de tristura el último
instante de tu aroma destilado por el sonido
de tus pasos.

Hay mucho por andar. Recorrer calles
sin nombre, llenas de silencio y soledad.
Copadas en el vacío que secunda al abandono
inesperado, apuñalante. La calle es
un mar invisible, que absorbe de manera
irremediable los pensamientos tortuosos,
provocados en el indeciso momento. La
calle se impregna de gritos y dolor que
guarda con furia, durante y después de la
lluvia ácida. Nostálgicamente nocturna.
El Perro piensa en los detalles del pavimento,
busca la imagen sangrante de los
atropellados. Ahí, lleno de estatismo,

tratando inútilmente de alcanzar la acera
de enfrente. La duda lo incomoda hasta
temblar de tanto cavilar. Los rumores como
recuerdos lo atormentan incesantemente.
Lo sabe. Nadie ha regresado. Todos cruzan
por la zona peatonal, arrancando con las
suelas de su alma gastada como zapatos,
las franjas amarillas que dictan el camino
hacia lugares medievales, desconocidos,
aterrantes. Cada vez que una gota de agua
cae sobre su cuerpo, cansado de sufrir el
hastío, a punto de cruzar la calle, un segundo
antes, alguien rompe con sus pasos
el silencio, la soledad del vacío nocturno,
húmedo de tanto llorar el abandono y la
ansiedad reconquistante de tu perfume.

Todo está oscuro. Las estrellas se
ocultan detrás de la borrascosa memoria
de la lluvia. La ansiedad puede llevar a
muchos lados, a veces es un vehículo en
la aventura, esta odisea citadina, que se
desarrolla desde la esquina de neón hasta la
avenida de las desavenencias inesperadas.
El semáforo cambia de color, lentamente,
conduciendo a la trashumancia, a la tierra
desconocida, al lugar donde no existe el
retorno. Los autos como saetas nocturnas
parten todo, la estela de tu aroma, las
líneas amarillas, el cerebro, hasta su vida
perramente esteparia.❧