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Apuntes para un cuento infantil sin final feliz

Fausta Gantús

Conocía cada calle, cada rincón, cada
recoveco, cada escondite del pueblo y sus
alrededores. Conocía el color de cada flor
y la forma de cada hoja, la sombra de cada
árbol, el sonido del río en cada estación
del año, el claro del bosque en el que el sol
calentaba un poco en el invierno y podía
soñar con el día en que no tuviera más
que deambular sin rumbo, en que alguien
la esperara en una casa que también
sería la suya, en que pudiera comer un
almuerzo recién servido acompañada por
una madre tierna y un padre serio pero
consentidor.

Ella no sabía lo que era un cuento
porque nunca nadie le había contado
uno, no sabía lo que era el calor del
seno materno porque su madre la había
abandonado en la llegada, no sabía de
caricias paternas porque su padre había
partido antes de saberse a sí mismo; solo
tuvo como arrullo el sonido de su propia
voz a veces alegre, a pesar de la soledad;
a veces triste, por el pájaro muerto en el
parque; a veces atemorizada, por los aullidos
de los perros y la cercanía de las ratas
igual de hambrientas que ella misma.

Creía en la magia sin saberlo, porque
nadie había acariciado sus oídos con historias
de brujas y hadas, pero creía en ellas,
a su alrededor caminaban; imaginaba que
las hadas no eran tan buenas y las brujas
no eran tan malas; intuía que podía pactar
con unas o con otras y, quizás, hasta llegar
a convertirse en una hada malvada o en
una bruja benévola. En las tardes, cuando
el sol bajaba a besar la mar y a fundirse
en el abrazo que lo hacía desaparecer en
el horizonte, ella se dejaba envolver por la
sinfonía de colores que le regalaba el cielo,
y en los minutos en que el mundo quedaba
en suspenso, esos en los que la tarde se ha
ido y la noche no ha llegado aún, tenía la
certeza de que alguien estaría esperándola
en alguna parte, en algún lugar que ni
siquiera podía imaginar, que estaría esperándola
para amarla, para entregarle
el corazón, darle un hogar, acunar sus
sueños, cobijar sus miedos, ofrecerle la
seguridad tan ansiada, proporcionarle
emociones no conocidas, besarle la frente
antes de dormir, soñar a su lado.

La noche la devolvía a su realidad. La
noche fría abrazaba su cuerpo delgado,

apenas cubierto por un vestido, ya corto
y estrecho para su edad, y un abrigo
raído; resguardada bajo la protección de
un portal ajeno mira en la distancia las
estrellas rutilantes y uno tras otro pide
deseos, mientras trata de cobijar sus delicados
pies bajo el manto de su falda, y sus
ojos brillan compitiendo con los astros
celestes.

Duerme un sueño inquieto, un sueño
lleno de duendes y promesas, pleno de
nuevos amaneceres y amenazado por
sombras. Despierta en mitad de la noche
y reconoce miedos ancestrales, miedos
muchos más antiguos que su corta edad;
miedos para los que no existe defensa,
contra los cuales ninguna armadura es
protección suficiente; un miedo que le
crece desde el interior, humedece su cuerpo
de un sudor helado, anida en su boca un
sabor de ausencias y lejanías, imprime en
sus pupilas imágenes de amores abandonados,
susurra en sus oídos nombres
que podrían significarlo todo pero que
olvidará de nuevo al alba.

Se impone a sí misma el valor de enfrentar
sus demonios, de volver a dormir
en el abrazo de la noche hostil a sus necesidades
de protección y abrigo. Sabe que
volverá a despertar en la misma calle, a
deambular por el pueblo, que tampoco
esta vez tendrá una puerta abierta, que el
hambre volverá a estrechar su estómago,
que las miradas volverán a caer sobre ella
con la compasión que tanto daño le provoca,
porque no quiere piedad, no quiere
la caridad de los demás, no quiere la
limosna; anhela descubrir una mirada que
la esté esperando, que penetre sus sueños
y sus miedos, que le ofrezca el espacio
para volar y el nido donde regresar, una
mirada que le enseñe que los sentimientos
también son un lenguaje para decir y
decirse, una mirada donde el amor no sea
más una ilusión pasajera.

Y confía, confía en que esta vez al
doblar la esquina sus ojos descubrirán
aguardándola la mirada que tanto ha
anhelado, y su mano encontrará la mano
que guíe su camino al hogar.❧