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Elisssa sssola

por

Martha E. Sánchez

Puebla de los Ángeles, Puebla
1.

Aún temblando, sin poder controlarse, Elisa recogió su bolsa de útiles de entre los matorrales, sacudió rabiosa la falda de su uniforme y, con los dientes hincados en su labio inferior, trató desesperadamente de contener un desgarrador sollozo que le hizo brotar lágrimas que sabían a sal, a coraje, a desconcierto.

― Fffeos… fffalsos… fffósiles… fffilosos… fffumadores…

Corrió murmurando, haciendo vibrar las consonantes en su boca como hacía siempre al caer en su más profunda soledad.

― ¡Ffffornicadores!!! ¡¡¡Fffuchi!!! Fffuchi.

Cruzó las calles de Tlalpan sorteando instintivamente el nutrido tránsito. Viendo sin ver, sus sentidos estaban puestos sólo en alejarse del popular grupito de secundaria en el que al fin había logrado colarse.

― Pensé que … más valía mal acompañada que sola con el dolor… el miedo… ¡el terror!… Elisssa sssola…

En sus orejas llevaba prendidas las carcajadas y los soeces comentarios de sus “amigos”; en su garganta, el dejo a alcohol del trago que le pareció divertido darse; y en su nariz, la yerba que fumaban algunos.

2.

Pasó jadeante por la oficina de Aguas donde se mal estacionaban algunas pipas y sus consabidos trabajadores comían tacos y floreaban a las mujeres. A ella no la molestaron.

Se sabía flaca, insignificante, ¡invisible! Desde que tuvo conciencia, estaba segura de no ser vista, aplastada por la pesada losa de su soledad. Se escuchó sisear…

― Elisssa sssola. Sssiempre sssola.

Silbido de reptil: sssufrir… sssacrificar… sssalivazo… sssal… sssalada…

Abrió con su llave. Vio los trastos sucios, las camas sin tender. Enojada, pensó en su padre y en su hermano.

― ¡Qué se pppudran!

Sintió asco al ver la comida comprada en la cocina económica desde el día anterior. Se arrodilló ante su catre y sacó de una caja la cada vez más borrosa foto de su madre.

― ¡No! ¡No te rrrías! Estaría con mis amigos si los hubiera dejado hacer conmigo lo mismo que a las demás.

3.

― Tengo mi regla… ¡pero ya le entraré al destrampe otro día! Sé que si agarro la onda ya nunca estaré sola…

Refundió la foto aún mirándola, esperando una respuesta. Reprochaba como nunca la ausencia de la mujer que algunos decían había muerto en un accidente y, otros, que se fue a vivir su vida abandonando a un hijo de seis y a Elisa recién nacida.

La ahogó el oleaje de ira al ver aquellos ojos que la miraban fijos, fríos y lejanos. Se sentía totalmente invisible para Dios y los demás, buscó palabras con M… con M de mamá…

― Mmmamá… mmmala… mmmula… mmmentirosa… mmmuerta… mmmasturbarse… mmmenstruar… ¡mmmierda!

De pronto, brincó ante un agudo chillido desesperado. Su mente se desbocó tratando de explicárselo, hasta que exclamó…

― ¡Un rrratón! ¡La rrratonera!

Fue como volver de otra dimensión.

― ¡Ah, desgraciadito asqueroso! ¡Eres el que anda por ahí mordisqueando y zurrando!

El roedor se retorcía, intentando liberar su cola y una pata, mirándola desesperado, desorbitado, chillando y enseñando los dientes.

4.

– ¡Mmmaldito! ¡Estás solo con el terror, con el pánico, con la Mmmuerte!

Se miraron agudos, dominante y dominado. Sí, por fin Elisa era la más fuerte, pero en los desorbitados ojillos del tembloroso roedor se reconoció y… lo liberó con un grito de ternura:

– ¡¡Vvvete!! ¡¡Vvvuela!! ¡¡Vvvive!! ¡Bbbusca un lugar para ti… pero no te vayas de mi casa!